Seguimos con la lectura y el estudio de la palabra de Dios, continuando a partir de Juan 1: 29.
Recordando el contexto de los versículos que vamos a leer, habíamos visto anteriormente como un grupo de fariseos y saduceos le habían preguntado a Juan el Bautista sobre su persona y sobre su misión en la tierra. Juan les había dicho claramente que él no era el Mesías, pero que ya había Uno en medio de ellos, el cual ellos no conocían, pero que si era el mismo Cristo. Este Hombre, el Verbo de Dios, comenzaría su ministerio después de Juan, pero existía mucho antes que Juan.
Para mí lo increíble es notar como estos hombres religiosos, quienes habían viajado muchas millas de Jerusalén a ese lado del rio Jordán, para preguntar a Juan el Bautista si él era «el» profeta, Elías, o Cristo el Mesías prometido; al escuchar a Juan que entre ellos (v. 26) ya estaba «el Cristo» (aunque no dijo este título específicamente si creo que esta fue la implicación); y aun así, escuchando estas palabras, estos hombres de “religión” no preguntaron a Juan quien era exactamente el Mesías. No trataron de identificarlo ni siquiera por curiosidad.
Quizás no le iban a creer de todas formas si Juan les decía que el Mesías era este o aquel hombre. Es probable que Juan, en esos momentos, todavía no sabía que su pariente Jesús de Nazaret era el Cristo; pero si sabemos que Dios ya le había revelado a Juan que el Mesías ya estaba en la tierra; es decir, por lo menos Juan ya sabía que el Cristo ya estaba en este mundo y que estaba »en medio” de los judíos (v. 26).
Aun así, al escuchar esta información tan valiosa, estos religiosos judíos se mostraron totalmente indiferentes. Ellos solo estaban interesados, enfocados ciegamente en su misión u objetivo inmediato; es decir, saber quién Juan era, o mejor dicho, saber quien Juan profesaba ser (según la perspectiva de ellos), y aparte de recibir esta información, no les interesaba saber nada más.
Esto me hace acordar a muchos cristianos religiosos de nuestros propios días, de aquellos que solo están interesados en cumplir lo que su religión, denominación, o iglesia les dicen que hagan; en especial con respecto a sus costumbres, ritos u ordenanzas. Pero ellos casi nunca van más allá de eso, especialmente nunca o muy poco van a la Biblia para comparar y verificar ellos mismos, bajo oración, si realmente las enseñanzas y doctrinas de su denominaciones o iglesias son iguales a las que enseñó el Señor Jesús; Aquel a quien todos los cristianos reconocen –- por lo menos en palabras –- como el Hijo de Dios.
De todas formas en los siguientes pasajes veremos como Juan el Bautista testifica a muchos que Jesús es el “Cordero de Dios” (v. 29). Después, en otra oportunidad, Juan reiteraría nuevamente esto sobre Jesús (en el v. 36), pero esta segunda vez delante de dos de sus discípulos. Entonces, en la lectura de hoy, Juan llama a Jesús «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo«, pues como veremos en este Evangelio, para esto vino el Hijo del Dios a la tierra: para morir por nuestros pecados.
Lo que por ahora si es nuevo para nosotros es Juan 1: 29-34, y de esto vamos a hablar esta tarde. Sin embargo, para entender el contexto de los versículos que estamos leyendo, leamos antes los versículos de 19 al 28 también. Son unos 16 versículos en total que hablan sobre el testimonio de Juan el Bautista, sobre la condición divina de Jesús por ser Hijo de Dios, y después más adelante, este capítulo además habla sobre los primeros discípulos de Jesucristo.
Como siempre, antes de continuar, inclinemos nuestros rostros en oración para pedir a Dios que sea Él realmente Quien guie esta reunión, y que nos hable a nosotros de una forma personal, y que para que escuchando, podamos siempre seguir y obedecer a Jesús.
Tabla de contenidos
El Cordero de Dios
29 El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
30 Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.
31 Y yo no le conocía; más para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua.
32 También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.
33 Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.
34 Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
El Cordero Pascual en el judaísmo
Entonces vemos que en el versículo 29, Jesús caminaba por ese lugar, y al verlo, Juan el Bautista le llama «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». ¿Por qué creen ustedes que Juan llama a Jesús el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo?
Porque para esto vino Cristo al mundo, para morir por nuestros pecados, y la idea de celebrar la Pascua cristiana es justamente esa: celebrar la muerte de Jesús, Quien murió para limpiar nuestros pecados y para así poder resucitarnos en los días postreros.
Como habíamos visto antes, se podría decir también que la Santa Cena del Señor, o la Eucaristía (como quieran ustedes llamarlo) tienen como predecesor a la Pascua judía, o el “Pésaj”, en el cual se celebra la liberación del pueblo judío en Egipto. Entonces así como los judíos celebran su libertad de la opresión egipcia, así también se podría decir que nosotros los cristianos celebramos con la Santa Cena la libertad de la opresión del pecado, la cual la obtenemos con la muerte de Cristo en el Calvario.
Lo más probable es entonces que Juan estaba comparando a Jesús con el cordero (Zeroa), el cual se comía en la celebración de la Pascua judía (Pésaj), un plato que no debía faltar en estas fiestas religiosas. Entonces, ¿por qué los judíos comían el cordero? Porque era un primeramente parte de un mandato de Dios para los judíos (Éxodo 12:1-12), al celebrar el Pésaj, y así pensar acerca de las épocas antiguas, cuando Dios los rescato de Egipto. Esta celebración era una oportunidad que tenían para acordarse y reflexionar sobre tal liberación, y como parte de este recordatorio, la sangre de este cordero se rociaba en la puerta y su carne se comía.
Hay también otras alusiones acerca de lo que Juan, bajo la dirección del Espíritu Santo, podría haber tenido en mente al llamar a Jesús «el Cordero de Dios«. Son otras explicaciones que en conjunto nos dan una idea más clara aun sobre esta analogía o ilustración, una practica muy común en el pensamiento judío. Pero esta interpretación sobre el «Cordero Pascual» es quizás la más tradicional — y también la explicación más corta a una interpretación teológica aun más compleja, que va mas allá del propósito de estos comentarios, el de brindar una simple exposición y comentario sobre el Evangelio de Juan. Pero el lector interesado podrá visitar mi otro sitio web para leer sobre estas interpretaciones (comentario sobre Juan 1: 29).
Jesucristo mismo nos mandó a celebrar nuestra propia Pascua, comiendo figurativamente Su “carne” y bebiendo Su “sangre.” Por supuesto, estas dos palabras (carne y sangre), el Señor las utilizó como una referencia ilustrativa al antiguo ritual judío. En esta analogía, Jesús seria el Cordero que con su muerte Él rescataría a la humanidad entera — no solo al pueblo israelí — de sus pecados.
No fue la intención de Jesucristo a enseñarnos a que, en algún momento durante la Santa Sena, el pan se convertiría milagrosamente en Su carne y el vino se convertiría en Su sangre; y que después, nosotros deberíamos de comer literalmente su carne y beber su sangre. ¡Jesús no nos mandó a convertirnos en caníbales y vampiros!
Manifestado a Israel, pero para salvación del mundo
Noten que en el versículo 31, el autor de este Evangelio dice que Juan enseñó que Jesús “fue manifestado a Israel” (subrayado por énfasis); es decir, el Señor se presento primero a la nación judía. Sin embargo, regresando al versículo 29, Juan llama a Jesús “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (subrayado también por énfasis). No dice “Cordero de Dios que quita el pecado de Israel” o “…el pecado de Jerusalén”, sino que Jesús quita el pecado de todo el mundo entero.
Entonces, el Señor fue manifestado primero a las ovejas perdidas de Israel (cp. con Mateo 15:24, siempre en contexto). Y es que el Señor Dios Todopoderoso únicamente ha hecho pacto con los judíos. En la Biblia podemos notar que Dios nunca hizo un pacto con los gentiles (los no judíos), sino siempre los hizo con los israelitas.
Ahora bien, en ese último pacto, el Nuevo Pacto, Dios hizo un convenio con los judíos que iba a incluir a nosotros los gentiles (demos gracias a Dios por su misericordia). Pero el pacto Dios lo hizo con Israel (ver, por ejemplo, Jeremías 31:31, Jeremías 50:5 y Miqueas 4:2). Eso sí que quede claro. Más adelante también, en Juan 4: 22, Jesús le dice a la mujer samaritana (es decir una mujer que era considerada gentil), que “la salvación viene de los judíos”.
Sabiendo todas estas cosas, realmente no entiendo cómo puede haber tanto anti-semitismo entre los «cristianos». Sobre todo cuando se viene la temporada de la Pascua o Semana Santa, donde muchos cristianos condenan y discriminan a los judíos por haber dado muerte a nuestro Señor Jesucristo.
Pero acuérdense, realmente no fueron los judíos los que mataron a Jesús; ellos fueron solo un instrumento. Fuimos básicamente nosotros los que matamos a Cristo, quien se ofreció voluntariamente a morir por nuestros pecados, por nuestras culpas. Esto, por supuesto, no justifica a aquellos judíos que en particular buscaron la muerte de Cristo. Ellos si tuvieron culpa, pero fueron parte del papel divino y soberano de Dios para la salvación del mundo, el cual incluye a judíos y a gentiles.
Además, humanamente hablando, Jesús era también judío. Todos los apóstoles eran igualmente judíos. Casi todos los personajes piadosos del Viejo Testamento y también la gran mayoría en el Nuevo Testamento eran judíos. No hay entonces razón o excusa para que los cristianos odien a los judíos. Eso no es bíblico. Ese tipo de sentimiento no viene de Dios.
El ejemplo de Juan el Bautista:
Estos versículos también hablan del papel que desempeñó Juan el Bautista de preparar los caminos del Señor, de introducir a Jesús al mundo.
Juan era pues un verdadero emisario de Dios, un profeta de arrepentimiento que uso todo el poder e influencia que tenía para guiar a las multitudes al arrepentimiento, a la reconciliación con Dios. Juan tenía una pequeña multitud de seguidores fieles a él, los cuales lo admiraban por el poder de sus enseñanzas, y también por el denuedo que tenía este en denunciar la hipocresía del sector religioso de su época.
La gente común y piadosa reconocía, veía a Juan el Bautista como todo un profeta. Acuérdense también que inclusive el Apóstol Juan, el autor de este Evangelio, fue primero un seguidor de Juan el Bautista. El autor de este libro abandonó a su antiguo maestro Juan para seguir los pasos de Jesús. Pero aun así, Juan el Bautista nunca tuvo celos o envidia a Jesús. Juan reconocía el rol limitado que tenia que seguir en la tierra. Él era simplemente un seguidor de Dios, quien tenía como meta o misión en la tierra la de preparar los caminos del Mesías: Jesús de Nazaret.
Durante el tiempo en que este Evangelio fue escrito (80–90 d.C. según John MacArthur), se cree que había todavía muchas personas en Israel que continuaban dando una reverencia inapropiada al que muchos años atrás era conocido como Juan el Bautista (mirar por ejemplo Hechos 19: 1-7). Inclusive mucho antes de eso, durante el mismo ministerio de Juan, algunos de los que le escuchaban pensaban que él podría ser el Mesías (Lucas 3:15).
Fue quizás esa la razón por la cual el autor de este Evangelio vio una necesidad de demarcar claramente el limitado rol de Juan el Bautista, su antiguo mentor y amigo. Juan el Apóstol, como seguidor antiguo de Juan el Bautista no quería tampoco desacreditar a su antiguo maestro. Pero si tenia que poner bien en claro que Juan el Bautista era solo un servidor de Jesús, pues Jesús es nadie menos que el mismo Hijo de Dios.
Por eso, si nosotros examinamos cuidadosamente estos versículos del primer capitulo, podremos ver que el autor describe claramente que el mismo Juan el Bautista siempre trataba de poner bien en alto el Nombre del Mesías, Jesús de Nazaret, sin que Juan quisiera o intentara de darse atención o crédito a él mismo.
Este es un ejemplo de humildad muy hermoso. En la cadena de cristianos famosos y los justos de este mundo, Juan el Bautista está en la cima (Lucas 7: 28). Pero aun así, como vemos en este capitulo primero, él no trataba de darse crédito alguno, y quería estar completamente fuera de la luz del espectáculo. Como habíamos visto antes, inclusive se compara consigo mismo a un esclavo al decir que él no era digno de desatar el calzado de Jesús (Juan 1: 27). Más adelante, en Juan 3: 30, Juan también dice que era necesario que el ministerio de Jesús creciera y que el de Juan menguara.
Y en este mismo capítulo, en el versículo 33, como leímos, Juan en cierta forma también trata de mostrar la superioridad del Señor cuando dice que él solo bautizaba con agua, pero que el que venía, Jesús, iba a bautizar con el Espíritu Santo:
Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.
El bautismo con el Espíritu Santo:
Pienso que este último versículo, Juan 1: 33, merece un análisis detenido porque este verso habla de un tipo de bautismo que ha generado demasiadas interpretaciones erradas, aun cuando aquí dice claramente que es Jesús, no Juan, el que bautiza con el Espíritu Santo. También este versículo no dice que es el Espíritu Santo Quien bautiza, sino (nuevamente) Jesús es el que bautiza con el Espíritu Santo.
Noten nuevamente que Juan dice que mientras él bautizaba solo con agua, Jesús iba a bautizar con el Espíritu Santo. ¿Qué significa este contraste?
Para mí, esto significa que este acto visible del bautismo con el agua lo iba a hacer Juan simbólicamente. Pero que detrás de este bautismo físico de arrepentimiento de pecados, iba a ver cambios espirituales más profundos en la vida el creyente siendo bautizado. Estos cambios espirituales los iba a hacer Dios mismo, en el nombre de Jesús, y por medio del Espíritu Santo.
La aplicación de esta enseñanza para nuestros días es bastante clara. Un pastor te podrá bautizar físicamente por sumergimiento en agua, pero al menos que opere Jesús (por medio del Espíritu Santo) en ti, ese bautismo va a ser nada más que un acto puramente físico, algo así como el equivalente de meterte a una piscina por un breve momento. No van a ver repercusiones espirituales al menos que Dios mismo actúe en tu persona.
Pero si el arrepentimiento de tus pecados y tu relación personal con Jesús es verdadera y genuina; entonces, con este bautismo muestras a otros, como testigos, que realmente estas muriendo a este mundo y que en el futuro vas a resucitar de entre los muertos, tal como Jesús mismo lo hizo en el pasado. Entonces, en este caso, este bautismo si va a tener trascendencia eterna (ver Romanos 6: 3-4). Va a ser un bautismo real y verdadero, uno que realmente representa un cambio espiritual profundo, un cambio que comenzó en el día que entregaste tu vida a Dios.
El bautismo físico de agua va a representar el bautismo espiritual que recibiste cuando entregaste tu corazón a Jesús por primera vez, cuando fuiste sellado con el Espíritu de Dios. Se realizo en el día que abriste la puerta de tu corazón a Dios por primera vez. Cuando hiciste un compromiso, un pacto personal con Jesús, de entregarle tu vida a Él.
Si tu acto de arrepentimiento, representado por tu bautismo de agua, es entonces verdadero y genuino, tu vida va a ser transformada en este mundo, vas a rechazar el pecado de una forma natural, y vas a buscar santidad con todo tu corazón, y este cambio perenne va a testificar ante los demás que tu eres verdaderamente un hijo o una hija de Dios.
No estoy diciendo que vas a ser perfecto (pues solo Dios es perfecto). Tampoco quiero decir que el bautismo en si te va a dar la salvación (Cristo, no el bautismo, es Quien salva), sino que tu salvación eterna va a ser representada ante los hombres por medio de tu bautismo que se realiza como testimonio personal. Pero aun así, el testimonio más grande que puedes mostrar ante los hombres son los cambios que se van a reflejar en tu persona, en la forma que hablas, y las prioridades que ahora tienes en tu vida.
Por eso, lo bueno que hagas en el mundo, las «obras de caridad» como algunos prefieren llamarlas, van a tener repercusiones eternas. Acuérdate cuando Jesús mismo nos exhorta a hacer tesoros en el cielo en Mateo 6: 19-21. Es decir, las buenas obras van a producir bendiciones adicionales para el creyente que ya ha sido salvo. Pero por favor nota nuevamente que el cristiano puede ser salvo solo por gracia, no por las obras en si (Efesios 2: 8-9).
Jesús explicó estas verdades espirituales a Pedro (Mateo 16: 19), como también a sus doce discípulos (Juan 20: 23), y después más adelante a todos sus seguidores en general cuando dijo que «todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (ver Mateo 18: 18 en contexto).
Ahora bien, los que eran primero discípulos de Juan (ver como ejemplo nuevamente Hechos 19: 1-7, donde un grupo de ellos también se convierten en discípulos de Jesús), como también los propios apóstoles de Cristo (Juan 20: 19-23), tuvieron que esperar a algún momento especifico después de la resurrección de Jesús para poder recibir al bendito Espíritu de Dios (Juan 16: 7). La Tercera Persona de la Santa Trinidad, Quien la Biblia también se refiere como el Consolador (Juan 14: 16), vino a su Iglesia en Hechos 2: 1-13, en un evento que se conoce como el Día de Pentecostés, el cual marca el inicio del cristianismo.
En el ejemplo de Hechos 19: 1-7, se habla allí de un grupo de personas que conocían el bautismo de Juan el Bautista solamente. En otras palabras, ellos habían sido bautizados de acuerdo a la doctrina que enseñó Juan, pero no estaban todavía familiarizadas con la doctrina verdadera de Cristo — ni siquiera habían escuchado hablar del Espíritu Santo (v. 2) — y por eso recibieron el Bautismo del Espíritu Santo después de recibir el bautismo «en el nombre del Señor Jesús«; es decir, el bautismo de agua realizado de acuerdo con la doctrina y bajo la autoridad de nuestro Señor Jesucristo (v. 5), no en el nombre de Juan el Bautista o en el nombre del Apóstol Pablo (cp. 1 Corintios 1: 15).
Este grupo de personas de Éfeso (ciudad en la provincia romana de Asia Menor, en el país que hoy conocemos como Turquía), nuevamente, no estaban familiarizadas con la doctrina verdadera de Jesús. Sin embargo, si tenían una actitud apropiada, la del arrepentimiento de sus pecados, el mensaje central que predicó Juan el Bautista. Por eso, cuando Pablo les explicó las Buenas Nuevas de Cristo, este grupo de seguidores gentiles creyeron en Jesús, se bautizaron con agua, y recibieron el bautismo del Espíritu Santo en ese mismo día.
El bautismo de Jesús era algo que Pablo realizó por mandato divino, pues Jesús mismo mandó a bautizar a todos los nuevos creyentes. No importaba mucho si era el Apóstol Pablo o algún otro líder de la iglesia primitiva de Cristo el que bautizara físicamente con el agua, lo importante era hacerlo de acuerdo a la doctrina de Cristo, que todavía no era muy conocida por todos en aquellos tiempos. Y es el mandato directo de Jesús que los nuevos creyentes sean bautizados específicamente «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19).
En 1 Corintios 1: 10-17, el Apóstol Pablo exhorta a los Corintos por el “nombre” de Cristo (v. 10) a que no hubiera división entre ellos, y que no se consideren seguidores de él mismo, ni de Apolos, ni de Cefas (Pedro); sino seguidores de Cristo (cp. vv. 11 y 12). Pablo inclusive se alegra de que no él mismo no había bautizado personalmente a muchos creyentes en la ciudad de Corinto (v. 14), para que no digan que él había bautizado en el “nombre” de Pablo (v. 15). El apóstol no quería que los corintios se confundieran y se considerasen seguidores de Pablo, pues no fue Pablo crucificado por sus pecados, como tampoco ellos fueron “bautizados en el nombre de Pablo” (cp. v. 13).
El Hijo de Dios
Regresando al Evangelio de Juan, versículo 34, recordemos que aunque Juan el Bautista había admitido de que él inicialmente no sabía quién era exactamente el Mesías (vv. 31 y 33), aquí descrito como el Cordero de Dios (v. 29), Juan si sabía como iba a identificar al Mesías: Dios Padre (“el que me envió a bautizar con agua”, v. 33) le había dicho que cuando viera reposar el Espíritu Santo sobre un hombre, Él seria el Mesías. Y aunque el Evangelio de Juan no menciona específicamente el relato del Bautismo de Jesús, si hace una referencia clara sobre este importante evento en el versículo 32: “Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.” (Cp. con Mateo 3: 16). Fue por eso que Juan pudo identificar al Cordero de Dios; pues el Espíritu Santo reposó sobre Jesús, tomando un forma visible, como la de una “paloma” (v. 32).
Esto no significa, por supuesto, que previamente a la identificación de Jesús como el Mesías, Juan no conocía a Jesús de Nazaret. La Biblia es bastante clara en explicarnos que sus madres, Elizabet y María, eran parientes (Lucas 1:36), probablemente primas; y esto, por supuesto, significa que Juan y Jesús — humanamente hablando — eran también parientes.
Aunque se podría argüir que era posible que antes del bautismo de Jesús, el Señor no había tenido un contacto personal con su pariente Juan (p. ej. porque ellos habían crecido en diferentes regiones de Israel); es claro que aun antes del bautismo, Juan ya tenia un alto estima con respecto a la Persona de Jesús. Esto lo podemos inferir porque Juan el Bautista no se consideraba digno de bautizar a Jesús (Mateo 3:14). Quizás Juan pensaba que su pariente Jesús se convertiría en una de las figuras escatológicas que precederían al Mesías, es decir, alguien tan digno como Elías o el profeta que menciono Moisés; pero esto tampoco lo sabemos a ciencia cierta. Todo lo que podemos deducir de Mateo 3:14, por seguro y sin temor a equivocarnos, es que Juan tenia una gran estima y respeto por Jesús.
Lo que si es claro es que Jesús es posteriormente identificado como el Hijo de Dios, ya que durante el Bautismo del Señor (Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21-22), Juan el Bautista vio descender sobre Jesús al Espíritu Santo, Quien tomó la forma corporal como la de una paloma (Mt. 3:16; Mr. 1:10; Lc. 3:22). Este signo visible del Espíritu Santo fue más que suficiente como para que Juan el Bautista tuviera la convicción que Jesús de Nazaret era el Mesías prometido. Pero aparte de esta señal visual, hubo también una audible; es decir, desde el cielo, Juan también escuchó de parte de Dios mismo un testimonio directo sobre la identidad divina del Mesías: Jesús es el Hijo mismo de Dios (Mt. 3:17; Mr. 1:11; Lc. 3:22).
Entonces, para resumir, aunque el Evangelio del Juan no narra directamente el Bautismo de Jesús (donde el Padre, Hijo, y Espíritu Santo estuvieron claramente presentes), si hay una referencia clara en los versículos 32 y 33, los cuales culminan con una conclusión enfática de parte de Juan el Bautista:
Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste [Jesús] es el Hijo de Dios (Juan 1: 34).
Jesús es entonces más que el Ungido o el Mesías prometido. Ahora Dios Padre había revelado a Juan el Bautista que Cristo es primeramente su propio Hijo (leer sobre la Revelación Progresiva), con la misma esencia Divina del Padre, Quien realiza un ungimiento completo del Espíritu Santo para que Jesús, quien estaba en esos días en la forma de hombre, con todas sus debilidades físicas, pudiera tener el poder de realizar su ministerio sobre la tierra.
En el Antiguo Testamento Dios había ungido a profetas, sacerdotes y reyes para misiones específicas; Eliseo recibió una “doble porción” o doble ungimiento del Espíritu de Dios que estaba sobre Elías (2 Reyes 2: 9); pero solo Jesús, por ser “Hijo de Dios”, recibe todo el poder o ungimiento completo del Espíritu Santo de parte del Padre Celestial. En este caso, el Señor recibe el ungimiento en el momento de su bautismo, no solo para recibir poder, sino también como testimonio ante los hombres.
Como había mencionado antes, a nosotros también se nos ha instruido a bautizarnos de acuerdo al nombre o a la doctrina de Jesús, la que enseñó Cristo, y de acuerdo a tal, nosotros debemos de ser bautizados en “el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” como podemos verificar en Mateo 28: 19. En esa oportunidad, antes de que Jesús subiera al cielo, a los discípulos (lo cual incluyen todos los creyentes), se les instruye también de ir y hacer discípulos.
Esto es exactamente lo que Pedro y Juan comenzaron a hacer, después de la resurrección de Cristo, poco después de la venida del Espíritu Santo a la tierra en Hechos 2, ellos comenzaron a predicar con denuedo el Mensaje de la Salvación en Hechos 4. Y cuando le preguntaron con que “potestad” o en qué “nombre” ellos predicaban (Hechos 4:7), Pedro (lleno del Espíritu Santo) dijo que ellos predicaban en “en el nombre de Jesucristo de Nazaret” (v. 10). En este versículo es claro que “nombre” significa “potestad” o inclusive “autoridad” (ver Hechos 4:7 en varias versiones).
Nota Adicional: Nombre de Jesús
Estas notas adicionales las menciono porque hoy en día hay mucha confusión sobre el mandato de bautizar en el “nombre de Jesús” (p. ej. en Hechos 2:38). Los pentecostales unitarios, por ejemplo, arguyen que en el momento del bautismo, el pastor debe bautizar en el nombre de Jesús solamente, un mandato que se menciona muy a menudo en Hechos. Pero, como hemos visto, bautizar en el nombre de Jesús realmente significa bautizar de acuerdo a la doctrina o autoridad de Jesús. No es una formula para bautizar, es solo una referencia al bautismo de acuerdo a la doctrina que enseñó Cristo, es decir, bautizarse en el «nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt. 28: 19).
Creo que la razón fundamental por la cual algunos rehúsan realizar el bautismo de acuerdo a la formula de Mateo 28: 19 es que muchos de estos grupos simplemente no creen en la Santa Trinidad. Arguyen, por ejemplo, que la palabra “Trinidad” no esta en la Biblia, lo cual es cierto. Pero tampoco la Biblia (en sus idiomas originales) contiene la palabra “abuelo”, pero aun así, nadie en su sano juicio alegaría que en los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamento no existían los queridos “abuelos”. Sin embargo, con respecto a la Santa Trinidad, aunque esta palabra no esta en la Biblia, allí si habla claramente de un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
También creo que es importante hablar sobre dos temas más generales aun: lo que se conoce hoy en día como el Bautismo del Espíritu Santo y el Don de Lenguas.
Notemos que, estrictamente hablando, Jesucristo es el que bautiza con el Espíritu Santo al momento de la conversión, no es el Espíritu Santo quien bautiza al creyente después de la conversión. De todas forma, lo que comúnmente hoy en día se refiere como el «Bautismo del Espíritu Santo» no es una experiencia posterior a la salvación.
La implicación clara seria que aquellos cristianos que se han arrepentido de verdad de sus pecados, aquellos que dan buen testimonio en sus vidas mostrando, por ejemplo, el fruto del Espíritu Santo, pero que aun así no han tenido la supuesta «experiencia» posterior a la conversión de «hablar en lenguas» que no hayan estudiado antes; estos (según la practica en la teología pentecostal) no son supuestamente cristianos de verdad (algunos pentecostales negaran esta enseñanza, pero en la practica aquellos creyentes que no hablan en lenguas no pueden ser pastores o misioneros en iglesias pentecostales).
Pero la verdad bíblica es que realmente no existen cristianos de segunda clase. Uno es cristiano, o no lo es. Todos los verdaderos creyentes en Cristo ya tienen al Espíritu Santo morando en sus corazones (cp. Romanos 8:9 y Efesios 1:13-14, donde dice que los que creen en el Evangelio son sellados por el Espíritu Santo).
Si bien es cierto que la mayoría de los primeros discípulos de Cristo tuvieron que esperar al Día de Pentecostés para recibir al Espíritu Santo (Hechos 2: 1-13), nosotros en la actualidad no tenemos que hacerlo. En Hechos 2 leemos que se aparecieron tres señales bastante claras: (i) un estruendo o ruido fuerte como de viento recio (v. 2); (ii) se vieron lenguas como de fuego (v. 3); (iii) los que recibieron las lenguas de fuego hablaron idiomas humanos que otros pudieron entender (v. 4, vv. 6-11).
El propósito claro de este don de hablar en lenguas era para que los creyentes que venían de otras regiones fuera de Israel pudieran también creer. Entonces, al oír y entender a otros judíos de Galilea (v. 7) hablar en sus propias lenguas o idiomas, muchos de estos extranjeros creyeron en el nombre de Jesucristo, y lo hicieron en grandes números (Hechos 2: 37 y 41).
Los otros dos casos que se registran en Hechos sobre el don sobrenatural de lenguas se encuentran en Hechos 10 y 19; específicamente, en Hechos 10:46 y 19:6 (leer en contexto Hechos 10: 1-48 y Hechos 19: 1-7).
Vemos que estos dos casos también se relacionan con la conversión de creyentes gentiles (es decir, no judíos). En Hechos 10, los judíos que estaban con Pedro se asombraron de ver que el Espíritu Santo se derramase también sobre gentiles, pues estos comenzaron a hablar en lenguas (v. 45-46). En el caso de Hechos 19, los que hablaron en lenguas fueron también gentiles de Éfeso (v. 1). En ambos casos, el Señor quería mostrar a los judíos que la salvación de Dios también estaba disponible para los gentiles.
Aunque en estos dos otros casos de Hechos no se mencionan específicamente las otras señales (aparte de la de escuchar a otros hablar en lenguas), podemos asumir que en estos dos casos también se pudo escuchar el ruido de viento impetuoso, como también se pudo ver las leguas de forma de fuego (señales que por motivos ilustrativos los llame anteriormente señales i y ii).
Lo que he notado en varias iglesias pentecostales contemporáneas es que, aunque muchas personas profesan hablar en lenguas, no parece haber el elemento evangelístico por parte de personas que hablan otros idiomas (p. ej. predicar en inglés, francés, ruso o incluso idiomas indígenas de la selva en Sudamérica para que otros puedan escuchar y ser salvos). En las iglesias pentecostales en la que antes asistía, por ejemplo, nunca pude ver lenguas de fuego venir del cielo, ni tampoco pude escuchar ruido de viento impetuoso.
En varios casos — no en todos — he visto también mucho desorden en las iglesias cuando sus miembros hablan o gritan supuestamente en lenguas desconocidas, creando de esa forma un escena insólita o estrafalaria; y sobre todo, esta constituye una practica que va claramente en contra de las enseñanzas bíblicas (1 Corintios 14:23).
No estoy negando que el don de lenguas no pueda existir en nuestros días. Dios es soberano, y Él hay veces actúa en formas extraordinarias. Pero creo que el don de lenguas que se practica hoy en día no es el mismo don de lenguas que se practicaba en el Nuevo Testamento.
Por último, en una nota aún más personal, quisiera hacer también una pequeña aclaración sobre el contenido original de este sitio web; y al hacerlo, aprovechar además la oportunidad para explicar, con la anécdota que aparece a continuación, porque porque creo que los dones de lengua que se practican hoy en día no lo hacen como en los tiempos bíblicos.
Estos comentarios bíblicos sobre el Evangelio según San Juan originalmente los compartí con reclusos hispanos en la cárcel del Condado de Linn, ciudad de Cedar Rapids, en el estado de Iowa (E.E.U.U.). La razón que me invitaron a compartir allí fue que, en ese entonces (2006-2007), no había una persona que pudiera (o quisiera) compartir el evangelio con los reclusos hispanos (muchos de los cuales solo hablaban español).
Sin embargo, en esta ciudad había varias iglesias pentecostales de habla inglesa (y me imagino que hoy en día hay aun más), incluyendo algunas que si mandaban a sus miembros a la cárcel de Linn.
Al comienzo de mi ministerio en la cárcel, una persona que creo que era de una de estas iglesias, sin embargo, se opuso públicamente a que yo vaya a compartir la palabra de Dios por mi falta de experiencia (en ese entonces) en este ministerio de las cárceles. Esto a pesar de que no había otro hermano dispuesto a voluntarizarse para ir a la cárcel en ese entonces.
Reflexionado sobre aquellos tiempos, ahora pienso que si les hubiera dicho que yo sí tenia el don de lenguas todo hubiera sido mas fácil para mí. Pero esto no era así, ni hoy en día tampoco tengo el don de lenguas (aunque si creo tener cierto talento humano para aprender idiomas, por lo cual le doy gracias a Dios por ello).
Pero a pesar de todo, el Señor me abrió las puertas para compartir su palabra en esta cárcel de Iowa (Estados Unidos), pues aparentemente muchos de aquellos que si decían tener el don de lenguas no podían predicar la palabra de Dios en español.
Creo que seria también útil mencionar aquí que después de algún tiempo, varios años después de empezar yo con este ministerio, si se aparecieron más voluntarios de otras iglesias, incluyendo un pastor hispano de una iglesia pentecostal unitaria, con el cual muy respetuosamente difiero en doctrina, como ya lo he aclarado antes. Pero también eventualmente vi a otros maestros de diferentes religiones como Testigos de Jehová, varios rabinos (judíos) e inclusive por lo menos un imán (sacerdote musulmán).
Después de estas experiencias, es mi convicción que hoy en día la Iglesia Universal de Cristo, la cual es invisible e incluye miembros de varias denominaciones cristianas, tiene una necesidad especial de discernimiento con respecto a la doctrina pura de Cristo, pues hay mucha confusión, doctrinas falsas, y apostasía en nuestros días (1 Timoteo 4:1).
Por eso, hoy más que nunca, es necesario que se levanten siervos y siervas de Dios para enseñar la palabra pura e inalterada de Jesucristo: La mies es mucha y los obreros siguen siendo pocos.
Por otro lado, son demasiados los creyentes que han preferido permanecer callados, en vez de denunciar públicamente lo que son practicas que realmente no son bíblicas. Pienso que quizás no lo hagan por miedo, indiferencia, o para no querer ofender a los demás. Esto se debe también a que en la actualidad, y en mi humilde opinión, hay muchísimos más miembros de sectas o grupos pseudo cristianos que de creyentes verdaderos de iglesias cristianas (aquellas que han permanecido con la doctrina de verdad).
Yo por mi parte, estoy plenamente consciente que al compartir estos comentarios en el Internet, particularmente cuando hable de temas controversiales como lo son la Teología de la Prosperidad y el tipo del don de lenguas que generalmente se practica en la actualidad. Yo sé que no voy a hacerme necesariamente famoso o popular (ni tampoco esa es mi intención). Al contrario, sé que voy a hacerme de muchos enemigos, pero eso algo que tengo que hacer, es decir, denunciar doctrinas no bíblicas. Es la obligación que tengo como cristiano. Es necesario obedecer a Dios antes que los hombres (Gálatas 1:10).